Es
tradicional la tendencia que hemos tenido en España, (y que en determinados
casos sigue existiendo), a pensar que el trabajo en el mundo anglosajón se
realiza con mayor seriedad, con mejor calidad, con más puntualidad, etc. de lo
que es habitual aquí. De esta manera, ante determinadas situaciones, tendemos
(o hemos tendido) a pensar, “esto no pasaría en Alemania, o en el Reino
Unido, y no digamos en los Estados Unidos”. Sin embargo, cuando estás en
contacto con otros países, viajas, te relacionas, trabajas inmerso en esto de
lo que ahora se habla tanto, la globalización, te das cuenta de que sigue
siendo cierto el viejo dicho de que “en todas partes cuecen habas”.
Esta
introducción viene a cuento relacionada con el título de este artículo,
porque, después de llevar diecinueve años en el sector de la seguridad, de los
que catorce se han dedicado a la seguridad de la información, me he encontrado
en muchas ocasiones con una mentalidad ante la prevención de riesgos muy
parecida a la típica imagen del avestruz con la cabeza enterrada en la arena.
Al
principio, la reacción inmediata era pensar en que esa actitud se debía a la
postura típicamente española del “nunca pasa nada”, y que estas cosas, en
otros países más avanzados se trataban con más rigor. Posteriormente, a
medida que los contactos internacionales se multiplicaban, te dabas cuenta de
que, si bien en determinados aspectos sí había un largo camino por recorrer,
en otros, las mentalidades se parecían mucho, sin importar el lugar de
nacimiento de los individuos. Había mucho que hacer en lo que se refiere a
normativa, y aunque se ha avanzado en ese terreno, todavía hay aspectos
demasiado sujetos al albedrío de los responsables.
Y
en lo que se refiere al rigor con que se aplican los planes, todavía te
encuentras por ahí fuera con actitudes que creías que solamente se producían
aquí.
He
leído últimamente un caso que merece ser conocido, por ejemplar, pero también
por las resistencias que hubo que vencer para implantar un plan de recuperación
ante desastres, a pesar de haberse producido en uno de los países más
avanzados en cuanto a sensibilización y legislación sobre seguridad.
Hasta
los sucesos del 11 de Septiembre, (nunca más hará falta especificar el año),
la compañía Morgan Stanley tenía 3.000 empleados distribuidos en varias
plantas de una de las torres gemelas. Tiempo atrás, Cyril Richard "Rick"
Rescorla, antiguo paracaidista británico, había sido nombrado Vicepresidente
de Seguridad de la compañía, y una de las primeras tareas que acometió fue la
de dotar a su empresa de un plan de recuperación ante desastres. Fue una ardua
tarea convencer a la Dirección de tal necesidad. Finalmente le dieron luz verde
al proyecto pero, obviamente, uno de los más importantes recursos críticos del
plan eran los empleados, sin los cuales, la compañía no podría continuar sus
operaciones. Se puso en contacto con los responsables de la gestión de
servicios del World Trade Center, y les preguntó por los planes de evacuación.
“No se preocupe de eso, a estas torres no les puede ocurrir nada ...” (Hay
que recordar que ya el 26 de Febrero de 1.993 sufrieron un atentado terrorista
que causó 6 muertos y más de 1.000 heridos de diversa consideración).
Naturalmente, esa respuesta no le desanimó y siguió investigando para
comprobar que, en realidad, no había plan de evacuación. Decidió, por tanto,
que Morgan Stanley debía tener su propio plan. Volvió a la carga y uno de los
primeros pasos fue diseñar el plan de evacuación, pero de poco valía tal plan
si su destino iba a ser acumular polvo en una estantería. Insistió nuevamente
ante la Dirección de que tal plan era inútil si no se hacían simulacros de
evacuación de forma periódica. Le preguntaron si bromeaba al proponer
simulacros de evacuación de 3.000 personas desde los pisos altos en que se
encontraban, pero finalmente los convenció para hacer simulacros parciales
trasladándolos varios pisos más abajo y repetirlos cada tres meses.
Cuando
finalmente sucedió el ataque al World Trade Center, Morgan Stanley puso en
marcha instantáneamente el plan de evacuación y ordenó a sus empleados que
abandonaran el edificio. Poco después, los responsables de la gestión de
servicios de las torres, les preguntaron por qué Morgan Stanley estaba
evacuando, a lo que respondieron que era parte de su plan de seguridad, con
independencia de los planes del WTC. Cuando finalmente las torres se
derrumbaron, solamente murieron 6 empleados de Morgan Stanley. Lamentablemente
uno de ellos era Rick Rescorla, quien con su ayudante había vuelto para
comprobar si todos los empleados habían salido, cuando se produjo el
derrumbamiento. Los otros cuatro estaban en la otra torre, en una reunión con
otra compañía.
Aparte
del comportamiento ejemplar del protagonista de esta historia, podríamos sacar
algunas otras lecciones muy aplicables a nuestra realidad empresarial cotidiana.
La actitud del avestruz no solamente se da entre nosotros, “...a estas torres
no les puede ocurrir nada ...”, pero el tesón y la convicción del deber a
cumplir, vencieron todos los obstáculos. La situación puede ser perfectamente
extrapolable a nuestro entorno. ¿Cuántos edificios existen en España en los
que no hay planes de evacuación? ¿Cuántos de los que tienen uno, lo revisan y
actualizan periódicamente? ¿En cuántos de los que lo tienen se hacen
simulacros? ¿Cuántas puertas de emergencia tienen la salida completamente
expedita y con los mecanismos de apertura en perfecto estado de funcionamiento?
......
Son
muchas preguntas (y muchas más que se podrían hacer) sobre las que merece la
pena reflexionar. Y estamos hablando solamente de una parte de la solución, el
plan de evacuación, ¿qué decir de las medidas preventivas ante las amenazas
que pueden provocar tal evacuación? ¿Cómo está la protección contra
incendios, inundaciones, contaminación; accesos incontrolados, etc.?
Nos
queda un largo camino por recorrer, pero no todo él está condicionado por la
tecnología o la escasez de presupuestos. La convicción de que la seguridad es
una inversión rentable y la voluntad de llevar adelante un plan de autoprotección,
no deben aflorar solamente al impulso de la legislación, sino que debería ser
parte de la cultura de las empresas del siglo XXI.